Además de un concepto, un sistema político o una forma de organización social, la democracia también es un lugar. Ya que, aunque a veces lo olvidemos, no podremos vivir vidas democráticamente plenas sin espacios y territorios que también lo sean.

En el 2025 la versión más reciente de la democracia uruguaya cumple cuarenta años, por lo que esta exposición es, antes que nada, una celebración. Pero también, una invitación a reflexionar sobre la dimensión espacial de lo político para imaginar futuros mejores.

Como suele pasarle a las personas, los cuarenta años llegan acompañados de una sensación de crisis, en el caso de la democracia reflejo de un contexto global que la pone a prueba. Así, convivimos día a día con dinámicas que activamente hacen perdurar sistemas históricos de violencias que también son espaciales. Como la privatización neoliberal de la vida común, una segregación territorial acentuada, nuevos modelos extractivistas, la aceleración de los ritmos vitales, la invisibilización de los cuidados, la imposibilidad generalizada del acceso a la vivienda o arquitecturas comerciales que se replican sin gracia y agotan la diversidad de la ciudad.

Sin embargo, también son muchas las prácticas espaciales, artísticas y sociales que, aunque menos visibles, construyen narrativas alternativas. Esta exposición se centrará en ellas, para compartir y propagar el potencial de sus imaginarios críticos y afirmativos hacia una mayor justicia espacial.
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“La democracia también es un lugar” se traduce en una instalación que transforma el recorrido habitual de la ex cárcel de Miguelete. Un ambiente onírico ocupa el lugar y propone una experiencia de tensión y liberación, como la de esos instantes al atardecer/amanecer en los que sentimos que todo puede suceder y nos recuerdan que otras realidades materiales y simbólicas pueden tener lugar. Porque, al igual que la democracia, el espacio (por ahora) sigue siendo cosa de todxs.

microutopías (Darío Marroche) y Belén Valverde crean piezas de activismo gráfico que recuperan manifestaciones emblemáticas de los últimos cuarenta años y nos recuerdan la importancia de los cuerpos en la esfera pública para la generación de una subjetividad democrática colectiva. A partir de una selección de materiales audiovisuales producidos entre 1983 y 1989, Mariana Alberti, Mariel Balás, Elina Rodríguez Massobrio nos acercan registros que reflejan luchas de un pasado compartido que resuena en el presente.

Desde un posible diálogo intergeneracional, Lucía Bogliaccini trata la vejez como un territorio donde la democracia se pone a prueba y la libertad de decidir sobre el propio cuerpo se fragmenta entre voluntades y estructuras tensionadas por el amor y la muerte. Versa (Agustina Fernández Raggio y Violeta Artagaveytia) comparte trabajos de su red colaborativa y autónoma que fomenta el intercambio entre niñxs de escuelas rurales e instituciones culturales, entendiendo el rol del arte como agente de transformación social.

Sobre la vivienda y la construcción de ciudad, el documental de Alejandra Planel nos cuenta la historia de optimismo y fortaleza de un octogenario que busca salvar su kiosco de una inminente demolición, para dar lugar a la torre más alta del interior de Uruguay, y deja en evidencia la apatía de ciertos discursos empresariales de desarrollo y progreso; mientras que Lorena Logiuratto reconstruye obsesivamente su historial como inquilina de apartamentos durante tres décadas para exponer la relación entre economías y precariedades deseas e impuestas. Los óleos de Matías Nin nos adentran a espacios domésticos cotidianos inspirados en sus memorias e imaginarios, y Cecilia Lombardo elabora un relato fotográfico que registra escenas del día a día en la cooperativa donde vive y reflexiona en torno al espacio como posibilitador de encuentros, formas de convivencia y un proyecto de vida en común.

Desde el activismo y el derecho ambiental, Carolina Neme defiende los paisajes costeros como espacios públicos y la potencia de lo comunitario frente a la amenaza de la privatización. Santiago Turenne, Federico Battistoni, Juan Pablo Maisonneuve, Erika del Pino, Milena Mariño y Juan Calvo ponen en práctica el binomio arte-ciencia para crear una cartografía de conocimientos subalternos, olvidados o ancestrales; y la obra de Leandro Bustamante Reina reconstruye un mapa conceptual de territorios, saberes y relatos familiares para desmitificar el estereotipo oficial de “lo indígena” como algo pasado y llevarlo a un ámbito de visibilización y discusión actual. El videojuego de Sebastián Lambert analiza la llegada a nuestro país de un cable submarino operado por Google como parte de un entramado oculto de infraestructuras materiales que sostienen el tráfico de nuestras vidas a través de internet.

La instalación de Virgina Sosa y Ana Gotta conforma un espacio de “amparo”, que alude tanto a la noción de protección legal como de refugio afectivo, y remite al cuidado como gesto básico de resistencia ante la intemperie. Luna Irazábal escribe un relato cotidiano que explora la metáfora de la “salida del armario” como posibilidad de habitar la ciudad desde una perspectiva disca y diversa.

Los registros de Caetano López nos hablan de espacios públicos y privados intervenidos durante la noche para no olvidarnos que es necesario conocer las reglas para romperlas, y el proyecto fotográfico de Antonella Moltini explora la “cultura de baile” como forma de liberación, comunión y revolución, a través de una recopilación autobiográfica de imágenes de fiestas queer desde 2016 al presente. María Nela Lebeque, junto a Doménica Pioli, Gabrielle Santos y Maxi Alvez, comparte sensaciones descubiertas como mujer negra proveniente de otro territorio al habitar el candombe y reflexiona sobre corporalidades y resistencias en el espacio público. Kung-Fú OmBijam (Federico González) ofrece una potente crítica al sistema carcelario, desde dentro y desde fuera, a través del rap.

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